HACIA UNA ARQUITECTURA SALUDABLE  (coda)

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Santiago Quesada García

15 DIC 2022

 

“Frente a una arquitectura enfocada únicamente en una respuesta visual y compositiva, la comprensión del espacio se afronta desde una dimensión fenomenológica, sensible a los estímulos cognitivos, sensoriales, neurológicos o incluso químicos de los seres humanos, tal como revelan la biología y las neurociencias. La comprensión de los mecanismos físico-químicos que gobiernan los organismos supone un cambio en la forma de pensar y entender el espacio y, por tanto, en las maneras de proyectar el entorno habitable para hacerlo más saludable.

  

 Arquitecturas Fisiológicas de Décosterd  Rahm d

1 y 4. Espacios diseñados para medir la calidad del aire, montados en la Neuchâtel Arteplage de la Exposición Nacional Suiza 2001

2. Melatonin Room 3. Hormonarium. Fuente: Décosterd & Rahm. Physiological Architecture

  

Desde el mes de febrero hemos publicado ocho post en este blog, dedicados a exponer en qué consiste la Arquitectura Saludable. Ha sido muy satisfactorio comprobar el grado de interés y seguimiento que han tenido las sucesivas entregas. En ellas hemos mostrado cómo, a partir de diversas contribuciones y disciplinas, se ha consolidado un nuevo paradigma en la disciplina arquitectónica que, no solo combate los problemas patogénicos de los inmuebles, sino que estimula la presencia de activos que favorecen y benefician la salud humana en edificios y ciudades. Un modelo cuya atención se focaliza, de manera especial, en la influencia fisiológica, cognitiva y emocional de los espacios en las personas. La serie ha tenido un enfoque eminentemente práctico, con la presentación de ejemplos construidos en los últimos treinta años, un decálogo de criterios y cinco puntos básicos.

  

Sin embargo, a propósito, hemos dejado para el final la tarea de exponer, teóricamente, cómo se enfrenta el proyecto arquitectónico a este reciente paradigma. El objetivo de esta coda final es cartografiar los nuevos paisajes contemporáneos que se están perfilando y mostrar las innovadoras vías de investigación que se abren a la disciplina arquitectónica.
 
Sin duda, los problemas de la arquitectura vienen marcados por las circunstancias de su tiempo. Ahora estas dificultades están causadas, entre otros motivos, por el deterioro medioambiental, la eficiencia energética o la brecha que está causando la silenciosa revolución digital. Todos afectan a la salud y al bienestar de las personas. Para resolver con solvencia esta creciente complejidad es necesario pensar la arquitectura más como una indagación sobre sus propios limes o fronteras, que como una práctica destinada a resolver contingencias. Para ello hay que tener una visión global e integradora que trascienda la anécdota del detalle, la resolución de dificultades puntuales o el último requerimiento normativo.
 
La arquitectura no es una suma de partes, no es un conjunto de soluciones agregadas, ni se construye a partir de reglamentos codificados técnicamente. Resolver una situación potencialmente patológica en la edificación o diseñar paredes táctiles inteligentes que interactúan con las personas, pueden ser magníficas propuestas, pero por sí solas no levantan un buen edificio, ni definen su habitabilidad. Precisamente una de las dificultades del proyecto arquitectónico consiste en integrar adecuadamente todos los problemas, jerarquizar las diferentes respuestas y conseguir que la solución final, tenga el rigor, coherencia y precisión que la sociedad demanda. El valor añadido de un arquitecto es dotar de significado a lo construido y ahí es donde el proyecto alcanza su plenitud e importancia. En la capacidad y calidad del proyecto, para pasar de lo abstracto a lo concreto, es donde radica la facultad de la arquitectura para emocionar y dar sentido a los espacios habitables.
 
La creciente demanda social de hacer una arquitectura más inclusiva, sostenible y saludable hace imprescindible comprender la naturaleza intrínseca del espacio, no como vacío sino como sustancia física, química y biológica. La contaminación por monóxido de carbono, la pérdida de la capa de ozono o el aumento de la radiación ultravioleta son elementos calificativos que hoy en día pueden usarse para describir el espacio en el que vivimos. Las numerosas radiaciones que hay en el ambiente afectan a los sistemas endocrino y neurovegetativo, provocan síntesis de vitaminas y estimulan la producción de encimas o fermentos. También la emisión de luz, la alternancia entre el día y la noche o las variaciones estacionales en la luminosidad ambiental interfieren en el metabolismo humano y afectan al estado de ánimo y ritmos circadianos, actuando sobre los niveles de glucocorticoides, cortisol o melatonina, entre otras hormonas.
 
Por otro lado, con la reciente expansión de los sistemas de información y comunicación y, de modo particular, con los campos electromagnéticos asociados a dispositivos electrónicos, a los emisores de luz o a las redes inalámbricas, se forman en el medio ambiente inesperadas dimensiones artificiales que configuran patrones de un paisaje que es invisible. Si el desarrollo de los gloriosos años veinte del pasado siglo estaba representado por los sistemas de infraestructuras de carreteras y autovías, pasados cien años son esas redes invisibles las que están definiendo los nuevos paisajes en construcción. Las recientes autopistas de la información demuestran estar tan presentes y ser tan generadoras de ruido como las vetustas autovías de tráfico rodado.
 
Mucho más que el hormigón o el acero, el aire, como medio en el que se propagan las ondas, radiaciones o gradientes, es el principal material de construcción del espacio que habitamos y en el que estamos inmersos. J. Navarro Baldeweg en su conocida exposición “Luz y metales” (1976), reflexionaba sobre la naturaleza fenomenológica de la atmosfera interior de los ambientes. En el aire hay una constante emisión de compuestos, gases o energías con partículas ionizadas que modifican y alteran continuamente su contenido. Existen en el aire campos de energía que configuran un nuevo tipo de espacio sin deber de representación. Un espacio no representacional que, sin embargo, existe y actúa estimulando los mecanismos químicos y orgánicos de las personas e influyendo en su bienestar. El espacio de estos campos es fluido, etéreo, emanante, radiante sin más límites que el despliegue físico de energía. Por tanto, el aire es también un elemento del proyecto.
 
El paisaje ya no se forma por la transformación de varias formas de materia o por su estructura geométrica. El lugar ya no es una designación formal del territorio y no está ligado a su naturaleza visible, como han demostrado Herzog & de Meuron en varios de sus proyectos. El espacio, hoy en día, se vuelve más abstracto y el artificio a proyectar por el arquitecto se vuelve cada día más difícil, porque es invisible. Pero eso no significa que no pueda ser trabajado y manipulado por medio de parámetros cuantificables y medibles que hay que incorporar al proceso de proyecto. Para un arquitecto, es importante trabajar con esta nueva concepción del espacio, abrirse a esta dimensión actual del paisaje para poder entenderlo, medirlo o proyectarlo.
 
La intersección de flujos eléctricos, sonoros, magnéticos o térmicos establece una nueva geografía, vibrante, abstracta, desarraigada, fluctuante. Este paisaje, como cualquier lugar determinado por una cantidad dada de energía, puede ser mesurable y dibujado a través de las correspondientes emisiones de energía eléctrica, magnética o climática. Los nuevos paisajes son el resultado de captar o mapear el ambiente a través de los datos producidos por la radiación de esos flujos. De aquí surge una nueva dimensión espacial, una geografía definida por parámetros con diversas magnitudes no métricas que, no obstante, delimitan entornos y que, irremediablemente, alteran y afectan al metabolismo humano.
 
Esta es la cartografía de los nuevos paisajes contemporáneos. Paisajes que son lugares desterritorializados, que suscitan una redefinición del cuerpo y de su metabolismo, porque establecen una profunda relación orgánica, un vínculo fisiológico entre cuerpo humano y espacio. El entorno se define en ellos como un estimulador físico y cognitivo de las personas, además de una condición natural, sociológica y cultural que interfiere de forma importante en las actividades básicas e instrumentales de la vida diaria.
 
La arquitectura entra así en un campo de acción física, sin una estricta función formal frente a los límites del espacio. La arquitectura se vuelve fisiológica, actuando en la corporeidad del aire y del cuerpo humano, sin intermediarios, como una fuerza del campo, como el fuego de una hoguera que, al ser liberado, despliega la conquista del espacio y pone en marcha diversas fuentes de energía, como el calor, la luz o longitudes de onda que son necesarias e imprescindibles para el equilibrio del metabolismo de las personas. El lugar habitable se convierte de esta manera en un entorno modificado y modificable, un campo sin límites precisos en el que el cuerpo humano entra y en el que sus órganos establecen una relación fisiológica.   
 
Esta línea de investigación ha sido explorada, durante los últimos veinte años, por varios equipos de arquitectos, tanto europeos como americanos, generalmente con experimentaciones y ensayos presentados en instalaciones montadas en muestras, bienales y exposiciones. Los autores del High Line (2011) de Nueva York, Diller Scofidio + Renfro (DS+R), indagan en el proyecto Blur realizado con ocasión de la Exposición Nacional Suiza de 2002, cómo la construcción de una atmósfera artificial puede incentivar el uso de los sentidos. Más tarde, en Venecia durante 2008, hacen un montaje experimental, basado en realidad virtual, en el que analizan las sensaciones que produce en una persona estar encerrado en una celda diseñada en función del delito que ha cometido. Sus indagaciones continúan con el montaje de Unspoken, presentada en 2016 en la 3ª Bienal de Estambul, donde estudian el proceso de ruborización de las personas cuando pasan por un recinto diseñado a propósito para producir esa emoción.
 
Paralelamente, los arquitectos suizos Décosterd y Rahm, proponen el novedoso concepto de Physiological Architecture, basado en el principio de que los fenómenos que sostienen la vida están constantemente determinados por condiciones físico-químicas que, en función de su presencia, ausencia o intensidad, constituyen algunas de las principales causas que influyen en el habitar y bienestar del ser humano. Este equipo es conocido por sus trabajos experimentales sobre la dimensión intangible o invisible de la arquitectura, con investigaciones que han llevado a cabo en instalaciones y montajes en salas de arte. Primero en los Arteplage de la Expo 01 de Suiza, en las playas del lago de Neuchâtel y posteriormente en el MoMA de San Francisco. Sus instalaciones que llaman significativamente: Melatonin Room, Hormonarium o Paysages électromagnétiques, indagan la influencia en el ser humano de diferentes estímulos generados en espacios determinados. Philippe Rahm continúa esta línea de trabajo con montajes como Diurnisme (2007) o Digestible Gulf Stream (2008). En este último montaje se propuso imitar los principios físicos de la Corriente del Golfo para crear un espacio habitable basado en un clima natural con condiciones atmosféricas cambiantes, y liberarlo así de las sofisticadas y caras soluciones técnicas de los acondicionamientos térmicos artificiales.
 
En las experimentaciones antes descritas, la composición ya no se basa en una oposición de elementos heterogéneos dispuestos como figura y fondo, forma y superficie, espacio lleno y vacío, entendidos como componentes visuales; los mecanismos compositivos se liberan de uno de los métodos tradicionales de la arquitectura que consiste en darle forma al espacio a través del diseño de sus superficies y volúmenes. De las experiencias anteriores cabe extraer que el proyecto arquitectónico toma conciencia de la necesidad de trabajar con el medio el que se encuentra inmerso el cuerpo humano, utilizando para ello parámetros diferentes a la dimensión, la proporción, la función o la forma.
 
Frente a una arquitectura enfocada únicamente en una respuesta visual, la comprensión del espacio se afronta desde una dimensión fenomenológica, sensible a los estímulos cognitivos, sensoriales, neurológicos o incluso químicos de los seres humanos, tal como revelan la biología y las neurociencias. La comprensión de los mecanismos físico-químicos que gobiernan los organismos supone un cambio en la forma de pensar y entender el espacio y, por tanto, en las maneras de proyectar el entorno habitable para hacerlo más saludable.
 
Con esa nueva perspectiva, el proyecto arquitectónico no se dirige solo a lo compositivo, sino que se centra en conseguir una adecuada recepción cognitiva y fisiológica del espacio por parte del sujeto que lo habita. Trabaja con el aire como materia, con su peso, densidad y características físico-químicas. Su fin es provocar un cambio en las relaciones físico-neurológicas entre el cuerpo humano y el medio ambiente para mejorar, de forma natural, el confort y el bienestar dentro de los entornos habitables. Se trata de actuar sobre la calidad del aire, no como actuación destinada a corregir aspectos patológicos o insalubres de los edificios, sino como un acto arquitectónico realizado sobre la materia prima de la arquitectura que es el espacio, considerándolo como un activo para la salud.
 
Desde este punto de vista, el proyecto prescinde de las formas convencionales de representación: analógica, poética, estética o retórica, y comienza a utilizar mecanismos orgánicos de relación entre ambiente y organismo. Por tanto, para hacer arquitectura, los espacios se proyectan recurriendo no solo a medios semánticos, culturales o plásticos, sino usando también parámetros alternativos que controlan los estímulos existentes entre espacio y cuerpo, de forma que el entorno espacial sea un elemento capaz de estimular física, sensorial y emocionalmente a las personas. Los criterios descritos en el decálogo de Arquitectura Saludable publicado en la entrega VII de esta serie, apuntan a la definición de esos parámetros. El resultado es una información ambiental que se recibe de inmediato y que actúa sobre el metabolismo corporal mejorando las condiciones del confort, bienestar y habitabilidad.
 
En los trabajos que realizamos en el grupo de investigación Healthy Architecture & City, dirigidos a indagar cómo proyectar para la ausencia de memoria, hemos podido comprobar algunos aspectos de las hipótesis arriba expuestas. Tal y como ha demostrado P. Valero-Flores en su tesis doctoral, la utilización de parámetros arquitectónicos, relacionados con la fisiología humana (orientación, iluminación, control climático, estimulación sensorial) y no tanto con mecanismos semánticos (función, forma, uso), tienen una notable influencia en los entornos domésticos de personas afectadas por la enfermedad de alzhéimer, habitantes que cambian sus capacidades cognitivas en un periodo de tiempo relativamente breve. El empleo consciente de esos parámetros en el proyecto arquitectónico permite controlar algunas respuestas neurológicas y diseñar espacios que pueden ser adaptados y adaptables a la evolución de la enfermedad y a las cambiantes necesidades fisiológicas, físicas o sociales de estos habitantes.
 
Se abre así un insospechado e innovador campo de investigación arquitectónico, extrapolable al resto de la sociedad, que enlaza con las experimentaciones realizadas en las arquitecturas fisiológicas descritas en esta coda. Enfocando el proceso de diseño desde ese punto de vista, el proyecto se aleja de componentes meramente formales, visuales o semánticos y le reconoce al espacio su corporeidad y su influencia, más allá de la intervención métrica y compositiva. La arquitectura resultante deviene en algo más que una tercera piel, envolvente inerte de un vacío, pasa a ser un entorno estimulador, sensorial, cognitivo y emocional. Un espacio cambiante, mutable, que reacciona y es capaz de adaptarse a experiencias diversas en función de necesidades fisiológicas o cognitivas de las personas, como si fuera una exo-prótesis o un exo-cerebro. Este es el reto que plantea el camino que estamos recorriendo y seguimos explorando con pasión e ilusión.
 
Vale.

 

 

Santiago Quesada García es Doctor Arquitecto y Profesor Titular Universidad, Investigador Responsable del grupo Healthy Architecture & City (TEP-965) e Investigador Principal de los proyectos ALZARQ del Ministerio de Ciencia e Innovación y DETER de la Junta de Andalucía.

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