Memorias de un nómada

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Esta semana escribe... Tomás García García

Sobre el autor: Doctor arquitecto y profesor del Departamento de Proyectos Arquitectónicos en la ETSA de la Universidad de Sevilla. Su tesis doctoral fue expuesta en la Bienal de Venecia 2018 y recibió el V Premio IUACC a la Mejor Tesis Doctoral. Extracto del libro publicado en la colección Arquitectura, Textos de Doctorado número 53, págs. 23-25.

Publicado el 2 de diciembre de 2021

 

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 Catedral de Sevilla. Láminas del cuaderno personal del autor. Dib. Fot. Autor del libro, 1989.
Izda.: El tacto. Plano de respiraderos en la cubierta de la Catedral de Sevilla. 443 orificios. Sobre una cartulina de alto gramaje y usando como plantilla la planta de cubierta de la Catedral de Sevilla, se han abierto 443 agujeros.
Dcha.: Cegueras Blancas. Puntos de contacto con el mundo real. Luces blancas y profundas. Materia. Roces. Texturas. Estas láminas fueron dibujadas contra la piedra, apretando el carboncillo contra las señales dejadas en la materia. Convierten el papel en un material sensible que capta esta experiencia.

 

Siempre he pensado que al visitar un edificio por vez primera conviene retrasar el momento de acceder a su interior, aproximarnos detenidamente, rodearlo sin prisas para hacernos una idea de cómo es. Este acercamiento pausado, estos prolegómenos resultan esenciales y son por sí de lo más excitantes. Cada edificio se ofrece con una presencia peculiar que envuelve y devora al visitante. A veces nos acoge con una cálida sonrisa, otras se planta ante nosotros como fortaleza inexpugnable. A veces nos encontramos con edificios que son como puertas, que nos aceptan y acomodan en su interior de golpe, otras deambulamos eternamente, sin saberlo, desdibujando sus límites. A pesar de que no podemos prever con quién nos vamos a encontrar o qué tipos de acontecimientos nos esperan, el grado de interés que experimentamos hacia ellos se determina ya entonces. He de confesar que la Catedral de Sevilla se mostró cómo un gigantesco animal casi con vida propia, que en los primeros días trató de engullirnos y con el tiempo terminó desvelándonos sus más profundos secretos.

 

Al menos dos veces a la semana durante casi un año tuve la oportunidad de pasar largas horas dibujando en el interior de la Catedral de Sevilla. De aquellas tardes mantengo numerosos recuerdos, que estoy seguro marcaron mi interés por la arquitectura y que con el tiempo han ido suplantando a la propia realidad.

 

De modo que hoy, cuando rebusco en el interior de ese singular bolsillo que es el cerebro, me resulta imposible distinguir la línea divisoria entre la desilusión y la nostalgia, entre el mundo real y la imaginación. Una tarea en la que una brújula y una linterna, lejos de ser antiguas fueron, como la luz y la gravedad, eternos asuntos en nuestro trabajo. De alguna forma los recuerdos, decantados con el tiempo, resultan tan convincentes que sugieren la sospecha de que quizás no fuera cierto nada de lo vivido años atrás en Sevilla.

 

(...) El tiempo ha desgastado este lugar, su paso ha hecho en ocasiones irreconocible su cara visible; en sus profundidades sigue intacta su esencia y energía, las señales del esfuerzo colectivo de su construcción. Existe la imagen de una Catedral de Sevilla dulce, en nuestras mentes se conserva aquella mirada de santidad que dibujó Murillo. Este relato busca mostrar su alma, esa parte secreta y oscura, invisible, grave y honda. Este edificio es una ciudad de piedra que por momentos transforma las leyes físicas que rigen nuestra idea de movimiento, de tiempo y de espacio. En la Catedral de Sevilla dichas leyes parecen quedar en suspenso revelando la inoperancia de aquello que las sustenta. El movimiento por su interior se multiplica en toda una serie de acciones heterodoxas que modifican las nociones espacio-temporales. Todo lo que ocurre en esta narración conspira contra el mundo tal y como lo conocemos. En el interior de la piedra se conservan excavadas numerosas galerías que parecen creadas para evadirse de esta fortaleza, pero fallamos continuamente y acabamos perdidos en celdas cada vez más profundas. Este relato intenta dibujar un plano de esta especie de ciudadela, porque sólo existe una posibilidad de salir de ella, para encontrarla bastará localizar el punto en que la Catedral imaginaria coincide con la verdadera.

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