Il Cretto de Alberto Burri

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Esta semana escribe... Gabriel Bascones de la Cruz

Sobre el autor: Doctor arquitecto y profesor del Departamento de Proyectos Arquitectónicos en la ETSA de la Universidad de Sevilla. V Premio del IUACC de 2018 a la Mejor Tesis Doctoral en Arquitectura y Ciencias de la Construcción. Extracto del libro publicado en la colección Arquitectura, Textos de Doctorado número 54, págs. 71-73.

Publicado el 11 de noviembre de 2021

 

aerea cretto bn 2 carlo columba

Izda.: Vista aérea del “Cretto” de Alberto Burri ejecutado sobre las ruinas de Gibellina. Dcha.: Vista del “Cretto”, de Alberto Burri, Carlo Columba.

 

El mismo año que Francesco Venezia comienza a trabajar en el proyecto del museo de Gibellina, 1981, el artista Alberto Burri (1915, Città de Castello - 1995, Nizza) visitó las ruinas de la población destruida por el terremoto. Su potencial no deja impasible al artista, quien lo relaciona con una trayectoria de investigación propia, hasta el punto de plantear una ambiciosa propuesta: la creación de una obra artística a escala de la ciudad trabajando con los restos de la misma.

 

 

Desde sus comienzos, Alberto Burri investiga en la búsqueda de un lenguaje abstracto basándose en la manipulación de la materia, elementos extra-pictóricos además del óleo, generalmente procedentes de desecho, que, sometidos a abstractos procesos de trasformación, alcanzan una nueva vida y su sentido como obra de arte. Desde 1973 trabaja en la serie directamente relacionada con la propuesta para Gibellina, los Cretti. Consistían en la manipulación de un emplaste de creta, blanco de zinc o caolín y colas mezcladas con arena o tierra, extendidas en tablas de madera que, sometidas a un proceso de secado, provocaban el agrietamiento de la masa, como las arcillas en procesos de sequía. Un cambio de estado en el que el artista controlaba las condiciones del proceso, pero no el resultado final. La esencialidad del material utilizado y lo natural del proceso, conseguían una gran fuerza estética a la que se suma la expresividad del efecto del tiempo. 

Los escombros de la ciudad poseían una entropía a cuyo aprovechamiento era difícil resistirse, y así propone al alcalde Ludovico Corrao la utilización de los restos como base para la creación de un Cretto a escala de la ciudad, transformándolos en una nueva obra de arte. Un Cretto que, como una lava blanca, como lo denominan C. Díaz y E. García2, cubrirá la ruina, solidificándose sobre ella como un perenne sarcófago. Su superficie agrietada reflejará el dramático cambio de estado sufrido tras la catástrofe, cuyas grietas reproducirán las trazas de sus calles.

Es fácil entender lo que esta propuesta pudo seducir a Ludovico Corrao. Su labor como alcalde tras el terremoto de 1968 lo había convertido en artífice de la refundación de Gibellina, papel que entiende no solo como respuesta a una emergencia habitacional, sino como oportunidad de reflexión sobre el significado de la fundación de una ciudad, defendiendo que la cultura y el arte eran necesarios para generar ciudad desde sus inicios. Así, en el momento de la ocupación del nuevo asentamiento, llamó a artistas nacionales e internacionales3, como lo hizo con los arquitectos para encargar su arquitectura, para que actuaran en los espacios públicos, reivindicando el arte como seña de identidad de la nueva Gibellina. La propuesta de Burri sería el perfecto complemento a esta acción en la ciudad nueva, confiando también al arte la función de inmortalizar la memoria de la ciudad vieja.

Y así comenzó a ejecutarse la obra del Cretto en 1985. Se definió una superficie rectangular de unos trescientos por cuatrocientos metros, donde se izaron muros de contención de hormigón blanco siguiendo en gran medida el trazado de las calles originales y, sobre los restos de la ciudad, se vertió una capa de hormigón blanco que sepultó los restos con una masa blanca de una altura uniforme de 1.60m., convirtiendo así las calles en fisuras que surcan estos abstractos y fantasmagóricos volúmenes. La apariencia es la de una masa viscosa que, al extenderse por la accidentada topografía original, genera una superficie alabeada de espesor constante, y que, como por un proceso de desecación, resulta surcada por una red de hendiduras. Un aspecto semejante a las superficies cuarteadas de los cretti ya ensayados a pequeña escala, que aquí dan un radical cambio de escala para convertirse en una obra de land art. 

Burri construyó un monumento que sellaba la ruina, la detenía en el tiempo para el recuerdo. Como los cambios de estado con los que trabajaba, generó una nueva realidad, una transformación intensa y evocadora, impactante tanto en su rotunda presencia en el paisaje como en lo inquietante de la experiencia de su recorrido. Creó así un silencio que sin duda invitaba a la introspección y estimulaba la memoria; pero en ese proceso de abstracción, convirtió aquella realidad en materia inerte, paralizó un proceso vital e impuso una lectura formal de carácter permanente, irreversible, que imposibilitaba futuras transformaciones y anulaba al tiempo como elemento colaborador del proceso. 

 

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