Mercedes Linares Gómez del Pulgar
Antonio Tejedor Cabrera
10 FEB 2022
El papel de Marrón y Ranero en las obras de los palacios de Villamanrique, Castilleja de la Cuesta y Sanlúcar de Barrameda posee múltiples dimensiones: una estrictamente arquitectónica –el proyecto y la construcción de los edificios–; otra urbana –las transformaciones inducidas en el entorno inmediato de los palacios–; una paisajística –que se concreta en la presentación aquí de una faceta desconocida del arquitecto como proyectista de jardines– y, por último, no menos relevante, la territorial
Fachadas de los Palacios de Villamanrique, Sanlúcar de Barrameda y Castilleja de la Cuesta.
Fotografías de Mercedes Linares, 2011 (1, 2) y 2002 (3).
El libro se ocupa de los palacios construidos por los duques de Montpensier, entre 1849 y 1867, en tres ciudades muy diferentes entre sí pero vinculadas estrechamente con el paisaje del Bajo Guadalquivir. Antonio de Orleans y Luisa Fernanda de Borbón se establecieron en Sevilla en 1848 y crearon en el palacio de San Telmo una corte paralela que compitió por el trono con la corte de Isabel II. El ambiente social y político de la época ha sido objeto de estudio por parte de numerosos historiadores y es incomparablemente mejor conocido que las arquitecturas sobre las que trata este texto. La aportación documental e historiográfica aquí recogida sobre los palacios situados fuera de la capital andaluza permite explicar tanto la génesis de esas arquitecturas eclécticas como los procesos de metamorfosis urbana que se produjeron en las tres pequeñas ciudades a mediados del siglo XIX.
Desde el palacio de San Telmo, los duques organizaron un sistema administrativo capaz de gestionar las propiedades que fueron adquiriendo rápidamente en un específico territorio de la Baja Andalucía. El río navegable constituía la principal vía de transporte, mucho más cómoda y rápida que cualquier otra vía terrestre, y fue utilizada asiduamente por los duques entre Sevilla y Sanlúcar de Barrameda. A la fertilidad de las tierras y los cotos de caza, la belleza del paisaje y la cultura popular se sumaba una historia particular de la Andalucía mítica, alejada de la cultura europea, que seguro fascinó a los duques. La identificación con sus gentes, sus cultos y sus ritos significó la elección de específicos ámbitos territoriales para construir los palacios: en Villamanrique, dominando el espacio agrícola para controlar los procesos productivos; en Sanlúcar de Barrameda, junto a la desembocadura del Guadalquivir, para disfrutar de la residencia de verano en un enclave medioambiental privilegiado; y en Castilleja de la Cuesta, para recuperar la memoria de Hernán Cortés desde el Aljarafe sevillano.
Durante casi veinte años Balbino Marrón y Ranero ejerció como único arquitecto de la corte sevillana de Orleans-Borbón. Desde que realiza el primer reconocimiento para la compra del desocupado Colegio-Seminario de Mareantes de Sevilla, en mayo de 1849, hasta su muerte, el 20 de junio de 1867, a los 55 años de edad, el arquitecto estuvo presente en todos los procesos de compra de fincas y en todas las actuaciones para la construcción de los palacios. También en las restauraciones de los enclaves histórico-religiosos en los que los duques ejercieron su mecenazgo: el monasterio de La Rábida en Palos de la Frontera (Huelva), el santuario de Nuestra Señora de Regla en Chipiona (Cádiz) o la ermita de Valme en Bellavista (Sevilla). Esta intensa labor fue compatible con su trabajo de arquitecto de la ciudad, primero como arquitecto de la Junta de Beneficencia (1845), luego como arquitecto municipal (1846-1860) y más tarde como arquitecto provincial (1860-67). Sobre la dimensión pública del arquitecto se puede consultar el libro de Mercedes Linares, Balbino Marrón y Ranero, arquitecto municipal y provincial de Sevilla (Diputación Provincial de Sevilla, 2015).
El papel de Marrón y Ranero en las obras de los palacios de Villamanrique, Castilleja de la Cuesta y Sanlúcar de Barrameda posee múltiples dimensiones: una estrictamente arquitectónica –el proyecto y la construcción de los edificios–; otra urbana –las transformaciones inducidas en el entorno inmediato de los palacios–; una paisajística –que se concreta en la presentación aquí de una faceta desconocida del arquitecto como proyectista de jardines– y, por último, no menos relevante, la territorial –la representación topográfica de las propiedades rústicas de los duques de Montpensier, como es el caso de la finca de Gatos que veremos a propósito del proyecto de Villamanrique. Arquitectura de nueva planta, rehabilitaciones y ampliaciones de edificios, jardines y representación del territorio adquieren, vistas en conjunto, una nueva dimensión conceptual y otorgan una nueva escala al trabajo del gran arquitecto que da forma y espacio a la corte de los Montpensier.
Mercedes Linares Gómez del Pulgar y Antonio Tejedor Cabrera son doctores arquitectos y profesores de la ETS de Arquitectura de la Universidad de Sevilla. Mercedes es Premio de Investigación Archivo Hispalense 2014 y ambos son Premio Extraordinario de Doctorado de la US. Han recibido diversos premios internacionales por su obra como el PRAM Premio Internazionale sul Restauro e Architetture Mediterranee 2013. Extracto del libro número 50 de la Colección Arquitectura Textos de Doctorado, que prologó Víctor Pérez Escolano.