Las vistas panorámicas de ciudades en el proyecto cartográfico de Felipe II

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Esta semana escribe... Manuel Morato Moreno

Sobre el autor: Doctor arquitecto y Profesor Titular de la Universidad de Sevilla, actualmente director del Departamento de Ingeniería Gráfica, cuenta con una larga trayectoria como investigador en historia de la cartografía, especializado en la representación del territorio en el Renacimiento.

Publicado el 14 de octubre de 2021

 

Cadiz-1567

 

En la Europa renacentista, el proceso de consolidación nacional de muchos países no fue ajeno al renacer de la cartografía y a su posterior desarrollo científico. La Corona española se interesó también por un novedoso método de conocimiento del espacio, propio de la época, que se encuentra a caballo entre el dibujo, la pintura y la topografía: «las vistas» de ciudades. La finalidad de estas representaciones urbanas no era tanto el interés artístico, como dejar constancia visual de un determinado paisaje y de las manifestaciones de una sociedad en particular.


 

El Emperador Carlos V encargó una representación fidedigna de los Países Bajos, recurriendo para ello a Jacob van Deventer por su gran prestigio, primero como alumno y luego como profesor de la Universidad de Lovaina. Sus entregas parciales debieron ser tan del agrado del Emperador, que éste le nombró su cartógrafo, asignándole una renta mensual que sería conservada por Felipe II, también admirador de su obra. Los trabajos topográficos sumamente detallados se recogieron en tres volúmenes que se entregaron al rey Felipe, tras el fallecimiento del topógrafo flamenco.

 

Los planos de Deventer sirvieron primero a Mercator, para confeccionar su mapa de Flandes, y luego a Ortelius para realizar el mapa general de las diecisiete provincias incluido en las sucesivas ediciones de su conocido atlas. Viendo Felipe II los excelentes resultados alcanzados por Deventer en los Países Bajos, decidió hacer algo similar en España; comisionando para ello al también flamenco Anton van der Wyngaerde, conocido en España como Antonio de las Viñas o Antón de Bruselas. Aunque parece segura la influencia metodológica de Deventer en las vistas panorámicas de las ciudades españolas, no debe minusvalorarse la exquisita técnica, ciertamente diferente, de Wyngaerde. Sus trabajos resultaron ser dibujos panorámicos con un efecto plástico evidente.

 

 

Wyngaerde, que se trasladó a Madrid en 1561 como pintor de la corte, realizó el encargo real entre 1563 y 1567, dejando numerosas reproducciones de un total de 62 ciudades. El estilo de Wyngaerde es sustancialmente diferente a todo lo realizado hasta la fecha, hasta el extremo que ha sido calificado como topógrafo más que como pintor. Pero, lo que en realidad caracteriza a Wyngaerde es la técnica que utiliza, distinta a la usual entre los paisajistas de la época y que le convierte en un auténtico «retratista de ciudades». Sus trabajos resultaron ser dibujos panorámicos coloreados con un efecto plástico evidente. Revelan una mentalidad rigurosa y científica, excepcional para su época, que les confiere una exactitud topográfica, casi fotográfica, conseguida a través de un método de trabajo. Éste estaba basado en sucesivos tanteos y detalles sobre el paisaje circundante, utilizando un punto de vista ligeramente elevado. La arquitectura es tratada de forma que los edificios son reconocibles en cada pueblo o ciudad. Otra característica de sus vistas es la introducción de figurantes para ambientarlas, también presentes en la tradición renacentista europea, como ocurre en las conocidas vistas de ciudades españolas, de Braun y Hoefnagel, que forman parte de la colección sobre vistas urbanas publicadas en 1574 bajo el nombre de «Civitates Orbis Terrarum».